Reflexiones desde Rectoría: En medio de extremos fanáticos

Lo peor de los extremos es que la gente buena y noble siempre queda en medio de ellos y a merced de sus turbulentas estrategias. Quienes no nos alineamos en los extramuros de las ideologías totalitarias, quedamos huérfanos en medio de una batalla irracional de egos. Nos vemos envueltos en una tormenta de ideas descabelladas que solo buscan sembrar el miedo en unos y alentar el deseo insaciable de anarquía en otros. Seguramente esa es la estrategia, llenarnos de incertidumbre para luego reinar sobre ella.

El inmolado político y jurista estadounidense, Robert Francis Kennedy, decía que: “Lo que es objetable, lo peligroso de los extremistas, no es que sean extremos, sino que son intolerantes. El mal no se encuentra en lo que dicen de su causa, sino en lo que dicen de sus oponentes.” Cualquier parecido con nuestra realidad es mera coincidencia. Estamos entrando en la época donde la oscuridad moral comienza a apoderase del panorama. Donde las descalificaciones, las ofensas, las intervenciones indebidas en política por parte de funcionarios públicos, las manipulaciones de la información de algunos medios y la utilización inescrupulosa de las redes sociales; se vuelven una cotidiana práctica que termina por desdibujar la democracia que nos ufanamos de tener desde hace tantas décadas.

Democracia no es ir a las urnas cada que un calendario electoral lo defina, democracia es poder elegir libremente la mejor opción para ser gobernados y participar crítica y abiertamente de sus decisiones. Democracia es poder acceder de manera amplia al conocimiento de las propuestas de todos, para medir sus alcances y hacer uso del derecho constitucional que los ciudadanos tenemos de legitimar con el sufragio, lo que siempre se ha llamado el gobierno de los pueblos.

Los campesinos suelen poner en medio de sus cosechas un espantapájaros, que no es más que un muñeco hecho con trapos viejos, paja y palos, para espantar las aves que quieren comerse sus cosechas. Muchos de los que posan de líderes políticos en nuestro medio, comienzan a hacer las veces de espantapájaros. Se ubican en medio de una o varias encuestas pagadas, que lógicamente los ponen en los primeros lugares de favorabilidad y una vez allí, inician una campaña llena de anuncios amenazantes y de mensajes de odio irrenconciliable, que solo buscan espantar y polarizar a una sociedad inerme, frente a los embates de quienes elección tras elección, aparecen para enrarecer el ambiente de toda una nación.

Pero como los polos opuestos finalmente se atraen, estos extremistas terminan comiendo del mismo plato. Como en la época de la violencia política, de día se dedican a exacerbar los ánimos de las masas y de noche se abrazan y comparten tragos de whisky, mientras que la gente se enfrenta en las calles defendiendo causas idílicas que poco piensan en sus más urgentes necesidades. Los extremos viven del incendio social, no les importa para nada los ejemplos de ayer y de hoy que muestran hasta la saciedad sus fracasos en todos los países del mundo donde se han entronizado. La fórmula de dividir les da los réditos necesarios para mantener vigentes sus absurdas fórmulas para sacarnos del subdesarrollo, que por lo visto es más mental, que económico y cultural.

Los extremos nos invitan a favorecer a los que posan de ángeles y a aplastar con todo a los que han graduado de demonios. Nos manipulan para cobrar con el voto en contra, deudas ajenas de supuestos morosos. Desgastan la imagen de los demás hasta llevarla a las profundidades, para luego aflorar como los redentores de todas las causas. Apelan a la amnesia colectiva, para que nos olvidemos de sus pasados turbios y los convirtamos en conciencia moral de la sociedad. Sin lugar a dudas nos engañan burdamente una y otra vez, y como mayorías no reaccionamos, sino que nos dejamos arrastrar por el oropel barato de sus promesas.

Los extremos se convierten en aberrantes formas de manipulación, donde el fanatismo se instaura como única opción. No hay peor cosa, que discutir con un fanático, porque para nada le interesa la verdad o la realidad, solo busca imponer su propia victoria. El filósofo, historiador y escritor francés, Voltaire, ya lo afirmaba claramente: “Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable.”

Libardo Álvarez Lopera
Rector